-Es extraño, de todos modos. ¿Por qué quiere escribir un libro sobre mí?
Me pilla desprevenido pero le respondo sinceramente: porque tiene -o porque ha tenido, ya no me acuerdo del tiempo de verbo que empleé- una vida apasionante. Una vida novelesca, peligrosa, una vida que ha arrostrado el riesgo de participar en la historia.
Y entonces él dice algo que me deja de una pieza. Con su risita seca, sin mirarme:
-Sí, una vida de mierda.
Limonov, Emmanuel Carrère.
Pág 392
Este libro fue un regalo que mi madre me hizo hace ya bastantes años por el consejo de un conocido suyo. He tardado bastante en leerlo, en parte por mi natural dispersión, en parte por llevar a la vez varios libros y finalmente por tener libros repartidos por tres países...
En cualquier caso, vamos al lío: la obra me ha encantado, tiene ese olor y ese color que caracterizan a todas las historias que beben del antiguo imperio soviético. A esa sensación mágica de la Rusia soviética, se le suma el magnetismo que aporta el punk de Limónov. El libro es en base una biografía, pero no una descriptiva que simplemente se centre en contarte la vida y obra de alguien, además te lleva por toda la época contextualiza a otras personas que le rodearon y todo desde la perspectiva personal del autor. Para mi, que no conocía nada de Limónov, la historia de su vida ha sido una simple excusa para recorrer la URSS en sus últimos años, paises de europa del este tras el derrumbe o el parís oscuro de los inmigrantes rusos. El personaje de Limónov: Político, novelista incendiario, punk, guerrillero, extremista, poeta maldito... es un gran añadido, aparte de ser el tema principal o la excusa para escribir el libro. Yo he evitado leer nada de su vida durante la lectura del libro (no spoilers pls!) pero justo al acabar he sentido mucha curiosidad por todo lo que le rodeó, la musica que hizo su esposa o los libros que escribió.. y vaya sorpresa que me he llevado en un artículo de él país (ojo spoiler del mundo real)
En resumen, si os mola la historia moderna, la atmósfera soviética y el Punk, el libro os va a encantar.
Dejo unas citas que me han gustado y que NO contienen spoiler alguno, para eso tenéis la wikipedia de este señor...Pero incluso conociéndo su vida por ecima.. La historia y las anécdotas como están contadas en este libro merecen mucho la pena.
Cuanto más leía, más cortado me sentía por una tela apagada y mediocre, condenado a ocupar en el mundo un papel de comparsa, y de comparsa amargado, envidioso, que sueña con papeles de protagonista a sabiendas de que no se los ofrecerán nunca porque le falta carisma, generosidad, valor, le falta todo menos la espantosa lucidez de los fracasados.
Limonov, Emmanuel Carrère.
Pág 181
En 1986 publiqué un pequeño ensayo cuyo título, El estrecho de Bering, remitía a una anécdota que me había contado mi madre: tras la caida en desgracia y la ejecución de Beria, jefe del NKVD con Stalin, los suscriptores de la Gran Enciclopedia soviética recibieron la instrucción de recortar de su ejemplar el artículo elogioso consagrado a aquel ardiente amigo del proletariado para sustituirlo por artículo de idéntico calibre sobre el estrecho de Bering. Beria, Bering: el orden alfabético no se alteraba pero beria ya no existía. Del mismo modo, tras la caída de Jrushov hubo que tirar de tijeras en las bibliotecas para suprimir Un día en la vida de Iván Denísovich de los antiguos ejemplares de la revista Novy Myr. El privilegio que Tomás de Aquino negaba a Dios, el de que no haya acontecido lo que ha acontecido, se lo arrogó el poder soviético, y no es a George Orwell, sino a un compañero de Lenin, Piatakov, a quien se debe esta frase extraordinaría: «Si el partido lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo negro es blanco y lo blanco negro.»
Limonov, Emmanuel Carrère.
Pág198
(…) aquí la verdadera vida: seria, adulta, sin falacias. Las caras, dice, son auténticas caras, trabajadas, labradas, mientras que en Occidente sólo se ven caras de bebés. En Occidente todo está permitido y nada tiene importancia; aquí ocurre lo contrario: nada está permitido, todo es importante (…)
Limonov, Emmanuel Carrère.
Pág 220
Los rusos piensa Eduard, saben morir, pero siguen siendo igual de ineptos en el arte de morir.
Limonov, Emmanuel Carrère.
Pág 221
Por un millón de espabilados que gracias a la «terapia de choque» empezaron a enriquecerse frenéticamente, ciento cincuenta millones de remolones se hundieron en la miseria. Los precios seguían aumentando sin que subieran los sueldos. A un ex oficial del KGB como el padre de Limonov apenas le alcanzaba la pensión para comprarse un kilo de salchichón. Un oficial de un rango más alto, que había empezado su carrera en los servicios de información en Dresde, en alemania del Este, una vez repatriado de emergencia porque ya no existía Alemania occidental, se encontró sin empleo ni alojamiento pagado, y tuvo que trabajar de taxista sin licencia en su ciudad natal, Leningrado, maldiciendo a los «nuevos rusos» con tanta crudeza como Limónov. Este oficial no es una abstracción estadística. Se llama Vladimir Putin, tiene cuarenta años, piensa como Limónov que el fin del imperio soviético es la catástrofe más grande del siglo XX y está llamado (entre otros) a desempeñar un papel nada desdeñable en la última parte de este libro.
Limonov, Emmanuel Carrère.
Pág 275
Pienso mucho en Putin al terminar este libro. Y cuanto más pienso en él, más pienso que la tragedia de Eduard consiste en haber creído que se habia desembarazado de los capitanes Levitin que envenenaron su juventud, y en que más tarde, cuando creía despejada la via, se le plantó delante un supercapitan Levitin: el teniente coronel Vladimir Vladímirovich.
Para la campaña electoral de 2000, publicaron un libro de entrevistas con Putin titulado En primera persona. Título probablemente elegido por algún comunicador, pero acertado. Podría aplicarse a toda la obra de Limonov y a una parte de la mía. Con respecto a Putín, no ha usurpado el título. Dicen que habla con el lenguaje estereotipado de los políticos: no es cierto. Hace lo que dice, dice lo que hace, cuando miente lo hace con tanto descaro que no engaña a nadie. Si uno repasa su vida, tiene la perturbadora sensación de que es un doble de Eduard. Nació 10 años más tarde en el mismo tipo de familia: padre suboficial, madre ama de casa, un montón de gente hacinada en una habitación de Kommunalka. Niñoe enclenque y arisco, Putín creció en un entorno de culto a la patria, a la Gran Guerra Patriótica, al KGB y al miedo que inspira a los cojones blandos de Occidente De adolescente, fue, según sus propias palabras, un pequeño maleante. Lo que le impidió convertirse en un golfo fue el judo, al que se entregó con tal intensidad que sus camaradas se acuerdan de los chillidos feroces que salian del gimnasio donde se entrenaba solo los domingos. Ingresó en los órganos por romanticismo, porque en ellos había hombres de élite que defendían la patria, y se sentía orgulloso de que le hubieran aceptado. Desconfió de la perestroika, aborreció que unos masoquistas o agentes de la CIA se rasgaran las vestiduras por el gulag y los crímenes de Stalin, y no sólo vivió el fin del imperio como la catástrofe más grande del del siglo XX, sino que todavía hoy lo afirma sin rodeos. En el caos de los primeros años noventa estaba en el bando de los perdedores, los engañados, y se vió obligado a conducir un taxi. Llegado al poder, le gusta como a Eduard, que le fotografíen con el torso desnudo, musculoso, en pantalón de faena, com im puñal de comando en el cinto. Al igual que Eduard, es frío y astuto, sabe que el hombre es un lobo para el hombre, sólo cree en el derecho del más fuerte, en el relativismo absoluto de los valores, y prefiere inspirar miedo que sentirlo. Como Eduard, desprecia a los lloricas que consideran sagrada la vida humana. Ya puede la tripulación del submarino Kursk tardar ocho días en morir de asfixia en el fondo del mar de barents, ya pueden las fuerzas especiales rusas gasear a ciento cincuenta rehenes en el teatro Dubrovka y masacrar a trescientos cincuenta niños en la escuela de Beslán: Vladímir Vladímirovich comunica al pueblo noticias de su perra, que ha tenido cachorros. La camada está bien, se alimenta bien: hay que ver el lado bueno de las cosas.
Le diferencia de Eduard el hecho de que ha triunfado. Es el amo. Puede ordenar que los libros escolares no sigan hablando mal de Stalin, meter en cintura a las ONG y a los hipócritas de la oposición liberal. Por guardar las formas se inclina sobre la tumba de Sájarov, pero conserva en su despacho, visible para todo el mundo, el busto de Dzerzhinski. Cuando Europa le provoca al reconocer la independencia de Kosovo, declara: « Como quieran, pero entonces Osetia del Sur y Abjasia también van a ser independientes, vamos a enviar carros a Georgia, y si no nos hablan educadamente vamos a cortarles el grifo del gas.»
Estos modales viriles , si tuviera buena fe, deberían maravillar a Eduard. En lugar de eso, al igual que Anna Politkóvskaia, escribe panfletos donde explica que Putin no sólo es un tirano, sino un tirano grotesco y mediocre, a quien le ha caído en suerte un traje que le queda demasiado grande. La falsedad de esta descripción me parece manifiesta. Pienso que Putin es un hombre de estado de gran talla y que su popularidad no sólo se debe a que la gente está descerebrada por los medios de comunicación a sus órdenes. Hay algo más. Putin repite en todos los tonos algo que los rusos tienen una necesidad absoluta de oír y que puede resumirse así: «No tenemos derecho a decir a ciento cincuenta millones de personas que sesenta años de su vida, de la vida de sus padres y de la de sus abuelos, que aquello en lo que creyeron , y por lo que se sacrificaron, el aire mismo que respiraban, que todo era una mierda. El comunismo ha hecho cosas horribles, de acuerdo, pero no era lo mismo que el nazismo. Esta equivalencia que los intelectuales occidentales exponen hoy como obvia es una ignominia. El comunismo era algo grande, heroico, hermoso, algo que confiaba en el hombre y que daba confianza en él. Había inocencia en aquella fe, y en el mundo despiadado que vino después cada cual la asocia confusamente con su infancia y con las cosas que te hacen llorar cuando respiras bocanadas de la infancia.»
Estoy seguro de que Putin era totalmente sincero al pronunciar esta frase que he destacado del libro. Estoy seguro de que le salía del fondo del corazón, porque todo el mundo tiene el suyo. Habla al corazón de todo el mundo en Rusia, empezando por Limónov, que, si estuviera en su lugar, diría y haría ciertamente todo lo que dice y hace Putin. Pero no está en su lugar, y el único que le queda es el de opositor virtuoso -tan incongruente para él- que defiende valores en los que no cree (democracia, derechos humanos, todas esas chorradas), junto con personas honestas que encarnan todo lo que él siempre ha despreciado. No es del todo jaque mate, pero aun así, en estas condiciones, es dificil saber dónde estás.
Limonov, Emmanuel Carrère.
Páginas 386 – 389